domingo, 4 de mayo de 2008

Cosas con acento bonaerense

Es mayo. Parte Uno.

Casi de golpe te das cuenta de que te estás empezando a aburrir de algo, supongamos. Unos días antes de mayo decidís invertir x cantidad de dinero en un charango. Te gusta el folklore y la sierra pero en este momento cambiarías en un mercado de trueque a tu madre por unos metros de mar. Te sentás a investigar tu nueva adquisición, contenta, te olvidás del piano y las clases pagas, te olvidás tanto que dejás plantado a tu profesor Gregorio (el que según el fiscal municipal que te lo recomendó “es igual a Jude Law”, sí así fuera jamás lo dejaría plantado) y te internás en un sucucho, en una parte de tu casa, a tocar el bendito charango.

Suena. ¡Qué instrumento generoso! Todo suena lindo, redondo al oído. Pero seguís de viaje en tu cabeza y sin querer, con algo de fuerza, te conformás pensado que el sonido que suelta se parece mucho al del ukelele y a su vez, casi por default, al del cavaquinho.

Entonces, comenzás a suponer cosas como que: podes estar en Hawai tomando algo que se sirve en coco, podes dejar de tocar folklore, podes empezar a ver cómo suenan otros ritmos, podes cambiarle la afinación, dejás de tocar una cuerda, te acordás que Jimi Hendrix y Neil Young tocaron el ukelele alguna vez y que Oscar Aleman puso sus dedos en un cavaquinho y, logró, luego, a mi humilde oreja, pasarle el trapo al gitano de Reinhardt salvo que éste último tocaba con solo tres dedos…

Cosas, pensas cosas.

Te cebás un mate, apoyás tu charango sobre la cama y agarrás la guitarra para ver cómo era ese tema que no te sale en el nuevo instrumentito. Tirás un si menor y tus ojos se abren horrorizados, sentís que estás tocando un acorde deforme en un contrabajo (nunca lo hiciste pero presentís que así sonaría en un instrumento de esas dimensiones). La costumbre.

Y mayo sigue. Venías medio estancada en algo que no era el charango, precisamente. Estancada físicamente, supongamos, y con la cabeza a setenta revoluciones (¿esto es mucho? Si no lo es, piensen, los que saben de dinámica, en alguna cifra que lo sea) por minuto, buscando algo urgente que no sea el charango, buscando el momento para tirar la bomba. Para bajar, vas al video club y te alquilás una película de suspenso pochoclera y otra que ya habías visto hacía poco pero que te habías rehusado a ver durante muchos años.

Pasan unas horas, un poco de mayo, y entendés que la pochoclera no era más que eso y sobre todo que era una especie de resumen de las películas del género de los últimos tiempos; todo a medias, con malísimos giros narrativos, errores espantosos de continuidad, errores cronológicos pero, con un arte de la madona. Típico.

Y con la otra te sentís medio pelotuda y te queda esa canción final en la cabeza que no dejás de silbar y que cuando tenés una guitarra a mano no haces más que tocarla como si tu repertorio se acotara a ese tema y confirmás otra cosa: Julie Delpy tiene una forma medio retorcida de poner sus dedos sobre las cuerdas y pensás… “bueno, es francesa, qué le va a hacer”.

2 comentarios:

Javier Delfino (javoc) dijo...

Si es verdad, carajo! me siento iguald e estancado. Me hic eun autorrewtrato hundiédome en las cosas laborales. suerte que tengo a la gente viva. que me saca del agua. Abrazo chech! lo leí de punta a punta.- Lo disfrute igual.

Anónimo dijo...

La dama franca rasga rara, palabras armadas para danzar, para cantar... (juan)