viernes, 18 de enero de 2008

La naranjilla mecánica

  • cielo quiteño despejado por primera vez en siete días
  • la soga con la ropa limpia secándose
  • antonia cada día más grande
  • mariana inquieta por mis "momentos de malhumor"
  • la música de playa
  • el aire de montaña
  • la pitahaya de las mañanas
  • las boliyucas, manjar
  • los fantasmas, todos los miedos sincronizados
  • guadalupe, la curiosa impertinente pero que me lava la ropa con sonrisa
  • el canelaso que no probé todavía

tengo mi cuarto en el ecuador

miércoles, 16 de enero de 2008

El Bolivar


el bolivar fue
art-decó y déco
ventanales árabes
columnas góticas
molduras renacentistas
el bolivar fue
camerinos de puertas blancas
cincuenta poleas
escenografía negra
dos proyectores
cintas de john wayne
les luthiers
la sinfónica de quito
la pantoja
un piano de pared
dos mil cuatrocientas butacas
el miedo
el frío de las paredes
las escaleras de pino
los ruidos
sus dueños
la bronca
las malditas multinacionales
fueron al bolivar

domingo, 13 de enero de 2008

El Tiempo N3818

22.30, jueves 10 de enero
ciudad de quito

el pichincha bañado de nube
los cables de la calle
veinte cactus vecinos
tres abrazos
ojos inquietos
cielo bajo
taxi kamikaze
cerveza
regalos, visita guiada
mi cuarto a 2800
la misma pared
los grillos
los sapos
la tele del vecino

no tan distintos

miércoles, 9 de enero de 2008

Sesión

Parece que ese día estábamos todas como quietas, como cuando se quiere ver qué pasa en la habitación contigua y dejamos de respirar, sí, algo como eso. Nos sentamos en un sillón de pana verde que resguardaba bien nuestra elegancia y esperamos. Abajo, para sostener al sillón, indefectiblemente había un piso de madera; listones que nos daban ritmo: tarugo, veinte centímetros, tarugo. Para que estuviéramos ahí, además de silencio necesitábamos té, entonces alguien trajo uno de bergamota, muy delicado. También parece que a eso de las cuatro de la tarde, ya no recuerdo, hubo un ruido. Como un chasquido, o algo agudo pero seco; una de nosotras se había comido una uña. La tuvimos que echar.

Reorganizándonos para continuar con lo nuestro, nos ubicamos. Lo único que se nos estaba permitido era mover los ojos y tomar té, además de respirar, pero manteniendo un ritmo casi imperceptible, haciendo fuerza y concentrándonos para no mover el estómago ni los hombros. Casi obedientes, inmutables.

Yo, particularmente, no podía evitar inclinarme hacia la izquierda; problemas de columna. Una de nosotras, en cambio, se tumbaba hacia delante, cada vez de forma más pronunciada hasta que le tuvimos que advertir que si seguía de esa forma tendría que abandonar la sala ella también. No debía haber ningún error, un mal paso nos habría costado mucho. Todo indicaba que la tarea se estaba llevando a cabo correctamente salvo por ciertas torpezas que no podíamos controlar pero seguramente las disimulábamos bien con un sorbo de té.

La sala era muy fría, salvando el sillón, que como buen sillón inglés, elegante y suave, nos daba calor. Pero no así las paredes, las paredes concentraban todo el frío imaginable, y esas sombras difusas y el color beige que siempre odié.

El fin del trabajo lo veíamos cada vez más lejano, la imposibilidad de movernos libremente nos embestía pero con una insoportable morosidad. Por la ventana se iba terminando la tarde y eso complicaba las cosas, quedaba sólo una hora más de sol. Nos empezábamos a inquietar.

Greta, la mayor, comenzaba a empalidecer, su corsé la estaba haciendo temblar, yo le había dicho que no sufriera, que esa prenda ya se estaba dejando de usar pero ella insistió porque parece que la hacía verse más delgada. Yo, en cambio, me quejaba por dentro, la falda de lana me hacía picar las piernas de una manera terrible, pero no debía moverme, lo sabía. Todas simulando felicidad, cuerpos erguidos, peinados intactos, tazas de té chino y un charleston distorsionaban la situación saliendo de la vitrola. Era de no creer, algunas de nosotras nunca habíamos visto una de esas, tan bonita, tan de madera, tan a cuerda.

Finalmente parece que estaba todo en condiciones; salvo la luz natural que para esa hora ya era demasiado tenue; gracias a dios, Greta había guardado de la última vez algo de polvo de magnesio y se lo ofreció al señor.

De izquierda a derecha estábamos Adela, Irene, Greta, Julia, Nora y yo, que para no perder la costumbre, salí mal, una de mis botinetas estaba desatada y el sombrero no dejaba ver mis ojos.

martes, 8 de enero de 2008

Pavadas


son sólo cosas

un mate nuevo
una jabonera
un aparatito con un led ultra powerful

unas palabras francas
un cuaderno nuevo
ochenta hojas nuevas
lisas, rivadavia

un mapa de cordillera
regalos para marieta
calditos para marcelo
amor para antonia

un viaje

una dirección

otras tantas cosas

sábado, 5 de enero de 2008

Última parada

No te vayas tan rápido en el día. (retener esto)

Humo

La sensación extraña de no poder escribir una palabra mientras pienso en el último día, el viento que no hay. La mañana clave si no fuera por el sueño de la madrugada, por el chino mandarín, el olor a tabaco oriental y vino argentino. La última hora, el sol clavado en el este, la rotación, inclinación, chaquetas, padres de las chaquetas, tábanos asesinos. La última chupada al mate, el perro en frente que duerme indeciso con el lomo al calor y la mente a la sombra.

Curioso

Richard, de alaska, me pregunta sobre rodolfo walsh y charlamos horas sobre bluegrass y skip james.

Julia-the-newyorker-makes-lovely-carrot-and-pumpkin-soups!

La parejita de israel me dejó trecientos pesos argentinos sobre la almohada.


(los devolví)

martes, 1 de enero de 2008

Gente de montaña

¿El tiempo?
Eso que pasa cuando me quedo sin palabras y me voy a buscar.
¿El sur? El comienzo de todo viaje.
Una historia.
Unas ganas furiosas de esperarme.


Me vas a querer de lienzo.

Ya estamos; mis hojas y yo en blanco liviano.