miércoles, 9 de enero de 2008

Sesión

Parece que ese día estábamos todas como quietas, como cuando se quiere ver qué pasa en la habitación contigua y dejamos de respirar, sí, algo como eso. Nos sentamos en un sillón de pana verde que resguardaba bien nuestra elegancia y esperamos. Abajo, para sostener al sillón, indefectiblemente había un piso de madera; listones que nos daban ritmo: tarugo, veinte centímetros, tarugo. Para que estuviéramos ahí, además de silencio necesitábamos té, entonces alguien trajo uno de bergamota, muy delicado. También parece que a eso de las cuatro de la tarde, ya no recuerdo, hubo un ruido. Como un chasquido, o algo agudo pero seco; una de nosotras se había comido una uña. La tuvimos que echar.

Reorganizándonos para continuar con lo nuestro, nos ubicamos. Lo único que se nos estaba permitido era mover los ojos y tomar té, además de respirar, pero manteniendo un ritmo casi imperceptible, haciendo fuerza y concentrándonos para no mover el estómago ni los hombros. Casi obedientes, inmutables.

Yo, particularmente, no podía evitar inclinarme hacia la izquierda; problemas de columna. Una de nosotras, en cambio, se tumbaba hacia delante, cada vez de forma más pronunciada hasta que le tuvimos que advertir que si seguía de esa forma tendría que abandonar la sala ella también. No debía haber ningún error, un mal paso nos habría costado mucho. Todo indicaba que la tarea se estaba llevando a cabo correctamente salvo por ciertas torpezas que no podíamos controlar pero seguramente las disimulábamos bien con un sorbo de té.

La sala era muy fría, salvando el sillón, que como buen sillón inglés, elegante y suave, nos daba calor. Pero no así las paredes, las paredes concentraban todo el frío imaginable, y esas sombras difusas y el color beige que siempre odié.

El fin del trabajo lo veíamos cada vez más lejano, la imposibilidad de movernos libremente nos embestía pero con una insoportable morosidad. Por la ventana se iba terminando la tarde y eso complicaba las cosas, quedaba sólo una hora más de sol. Nos empezábamos a inquietar.

Greta, la mayor, comenzaba a empalidecer, su corsé la estaba haciendo temblar, yo le había dicho que no sufriera, que esa prenda ya se estaba dejando de usar pero ella insistió porque parece que la hacía verse más delgada. Yo, en cambio, me quejaba por dentro, la falda de lana me hacía picar las piernas de una manera terrible, pero no debía moverme, lo sabía. Todas simulando felicidad, cuerpos erguidos, peinados intactos, tazas de té chino y un charleston distorsionaban la situación saliendo de la vitrola. Era de no creer, algunas de nosotras nunca habíamos visto una de esas, tan bonita, tan de madera, tan a cuerda.

Finalmente parece que estaba todo en condiciones; salvo la luz natural que para esa hora ya era demasiado tenue; gracias a dios, Greta había guardado de la última vez algo de polvo de magnesio y se lo ofreció al señor.

De izquierda a derecha estábamos Adela, Irene, Greta, Julia, Nora y yo, que para no perder la costumbre, salí mal, una de mis botinetas estaba desatada y el sombrero no dejaba ver mis ojos.

2 comentarios:

Nono Trakinas dijo...

Este texto es viejo, lo tengo en la pc junto a las guirnaldas del verano.
Está muy bien Checha, está muy bien.. es invenciblemente descriptivo.
En la vida, en general, hay que disimular con algún sorbito de té y en lo posible no decir whisky, que es de mala educación.
Hay que decir con toda confianza (y sin miedo al qué dirán) César Banana Pueyyyyredón.

Javier Delfino (javoc) dijo...

chech, me trajo recuerdos. saudades. de algunas d elas casas donde eh estado en mi infancia. y la gente haciendo sufrir siempre a las pobres chicas poniéndolas en esa mldita postura de las señoritas. Esas mismas que sueñan con revolcarse en el barro y decir las peores guarradas. Muy bueno chech, no recibi tu mail todavía. Saludos.