viernes, 25 de julio de 2008

Guantes Negros

¡Está la comida en la mesa! A ver, viejo, si van viniendo, che. Eso, delen, vamos que se enfría.
¡Ah!, no, no sabes lo que fue. ¡Por dios! Pepa, pasame la ensalada. Estábamos ahí nomás de tocar; salimos del coso, ahí en Paraná y bueno, me dice “no, acá está el parrillero esperándolo, Juan. No, está todo listo acá, la parrilla, tiene que venir”. Le digo “no, yo estoy con unos sanguchitos, usted sabe que yo antes de trabajar no puedo comer tanto porque después tengo la panza llena y no puedo cantar”. “No, no, tiene que venir, tiene que venir”, ahí se ve que se corta la comunicación y se cortó. Al rato, vino el remisero; me vino a buscar al club. Me lo mandaron, ¿entendés?, “soy el remisero, lo llevo sí o sí”, me dijo el hombre. ¡La puta madre! Voy para allá, está Francisco en la puerta, y Francisco, como te dije antes, es un tipo gordo, grandote, gigante es y: “Uy, Juancito”, me dice. “¿Y qué pasó, Francisco?”. “¡No!”, dice. “No, acá está el parrillero, lo va a atender; ya está todo servido para usted”. A la mierda, la puta madre… Y había una chica, ahí, al lado de Francisco. “Juanito”, dice, “te vamo’ a presentar a Karina”, dice, “esta linda rubiecita que trabaja acá conmigo, dame la mano”. Y yo la miro a Karina, le doy la mano, y la Karina tenía guantes negros y yo le veo…veo que cuando hace así, le doy la mano, veo que tiene guantes negros y le doy la mano: “Un placer, Karina, hola, ¿cómo estás?” y bajo la mano. Me dio la mano y no sentí nada. Y yo no sentí nada, sentía acá, viste, era como que sentí así, pero pensaba después “no la sentí”. Dije, “la puta que lo parió” y como se fue, me quería buscar la mano; se fue y nunca más, ¿viste? Bueno, saludo ahí a un montón de parroquianas de la comisión; me muestran la parrilla, me muestran el club, la cancha de fútbol, es todo en una manzana gigante, y me llevan a la esquina del club donde había otra parrilla gigante más y ahí vamos a comer. Voy hablando, así, así, así, este…el parrillero, todos cholulos ahí. El artista, que el folklore, que la doma, que qué sé yo qué hacen en el club. Me cuentan cosas del club, del músico y de grupos, de bandas y de artistas, todas esas boludeces, mientras yo trataba de mostrarle al grupo que estaba cenando, como un tarado. Tenía la panza así, este…una cosita así comí yo. “Bueno, con esto ya estoy, basta”, digo yo, “basta, no como más” y quedó dos mil kilo’ de asado.
Dulce, pasáme un poco de uva. Bue, el parrillero llega y vino un par de pibes a buscar bebidas que había ahí, para allá. “Este…decíle a María”, que se llamaba la mujer del parrillero, “no, porque…” dice, “no, porque quería hablar con vos, quería estar un rato con vos charlando y acá estamos tranquilos”, dice. Viene la mujer y otras cholulas más boludeando de la comisión, de lo otro, de las tortas fritas y las rifas, y todas esas pelotudeces que hacen en el club, ¿no? Y le digo, “linda gente acá, Francisco”, digo yo. Ahí entra una comisión de…de chicas y este… “¡Ah, claro!, la chica que me presentaste; yo quería saber…”, le digo. “¡No!”, dice. “No, no, ella no es de la comisión”, “¡Ah!, ¿no es de la comisión?”. “No, no, trabaja en la comisión pero yo, aparte, le doy una mano”. Porque, ¿cómo se di…, cómo es, este…? No sé si me dijo si se le murieron los padres, no sé qué mil bostas me contó, pero tuvo un accidente. “¡Ahí está!” me dije yo. “¿Qué pasó?”. “Y… Se cortó la mano”. “¡Cómo que se cortó la mano! ¡¿Con qué se cortó la mano, si yo…yo le di la mano?!”. “¡No!” me dice, “se le enroscó la mierda esa… ¿cómo se dice? La pastera y le cortó; quedó así”. Esto es lo que yo sentí, porque se cortó estos tres dedos, y lo que yo sentí fue esto, por eso, una cosa tan rara, y no, ¡no sentí la mano! Una cosa rara tenía. Sí, sí, se ve que tenía algo en el guante porque la palma no la sentí, para mí se cortó así; así se habrá cortado.
Después la vi a la chica, devuelta; estaba con la pareja, pero ahí ya no le busqué la mano porque el otro me había contado que quedó así, que quedó con estos dos dedos, y… Se habrá cortado ahí.
Pero mirá, fue intrigante, casi una hora pensando qué carajo, a qué, ¿quién carajo me dio la mano?, y si era mano o era una cosa extraña. No, no, un cago de risa, esas boludeces que me pasan en la calle, ¡qué bárbaro! No, no, pero cuando le di la mano me quedé medio uy, “¿qué toqué?” ¡Qué bárbaro!

-Gracias P-

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