miércoles, 16 de abril de 2008

Qué tan lejos

Era la tercera vez que se inclinaba para alcanzar el encendedor. Mecánica algo ridícula la de volver a dejar las cosas en su debido sitio, como si de no ser así el universo fuera a colapsar de momento a otro. El cenicero de bronce, manchado por los años de tanta soledad, le respondía casi obediente en el extremo derecho del escritorio. Dos colillas exprimidas, un rastro del verano haciéndose ceniza. Eso es el palo santo, se dijo. Lo había traído de Manglar Alto, de la costa ecuatoriana, un poco creyendo que era cierto eso de que los mosquitos no pueden volar entre su humo, y otro poco con la encubierta razón de que los olores son, para él, el mejor modo de anclarse a un lugar determinado, a un lugar del cual jamás quiso partir, donde su condición de parasiempremente solo no lo amenazaba.

Esa tarde era la lluvia. Los sonidos encontrados golpeando en la persiana inquieta de tanto viento por el comienzo de algo, nuevo. La tormenta, ahora más tranquila, se apagaba con un cielo turbio al norte, pero las antenas altas dejaban en evidencia al sol poniente sobre el Tres Cruces delimitando el valle.

Varios años lo separaban de aquel oeste. De la humedad sobre los telares, el edificio de la comuna, la radio parlante, sequía en domingo de carnaval. De este lado, en este hueco, el azúcar se pierde sobre las cucharas, los aguaceros son sorpresa de media tarde, la niebla puntual. Calato se inclinaba.

Dónde estaría mañana, con la tinta desparramada sobre los expedientes de forajidos de Azuay. Dónde, con los zapatos de cuero curtido marcando surcos de nada sobre el felpudo de hogar bienvenido, donde los encebollados se acomodan en los estantes del refrigerador para recordarle la autonomía cada noche tras las campanas de la Catedral. Dónde, en casa Latina esperando la bendición de doña Elisa para salir confiado a sentarse en otro banco, frente a otros papeles, otra ventana para mirar la punta de sus pies ante la mirada caníbal y aniñada de la supervisora.

Un día más, dónde, sobre el traqueteo del camino que permite solo la compañía de una banquina desafiante. Calato se inclinaba para ver cómo el páramo viraba a selva.





Ingapirca, Cañar, Ecuador - Flor de los buenos sueños.-

4 comentarios:

Javier Delfino (javoc) dijo...

Checha, me quedo loco cada vez que leo tus cosas, tenés una forma de escribir que me hace seguir y seguir leyendo. Yo que vos no frenaría y seguiría escribiendo hasta el libro. Hasta que lo tengas en la mesa. Hacen falta palabras, hacen falta, tanta falta. Y no hay nadie que las escriba. Abrazo.

Anónimo dijo...

no checha, no me odies!

Pruebas dijo...

Hola...
pasé y me pintó dejar un comentario
lindo blog

saludos!

Anónimo dijo...

si, me han contado, es zambademi, un trago refrescante con sabor limpio, equilibrado, redondo al paladar y elegante, para consumir y disfrutar en cantidades industriales, sin efectos secundarios nocivos. ideal para tomarlo luego de esquilar ovejas.