domingo, 30 de marzo de 2008

Hace más de un mes


el perfume del palo santo
el olor al repelente de mosquitos
los gritos de los vecinitos
la voz de pancho que me enseña
la muñeca sin tiempo
lolita por el cable ayer a la noche
la guía de perú con la guita reservada
la mudanza a la casa con vida
la visita de un gran amigo
las cervezas frías
mi perfume de verano
noche y día sobre la mesa.




Volcán Quilotoa, Ecuador, 2008.-

sábado, 29 de marzo de 2008

De anoche

soñarte de la forma más agotadora.

viernes, 28 de marzo de 2008

Teníamos como catorce


El primer cadáver.
Fábula gris.


Vi una llama azul, un cristal molido, cenizas grisáseas que caían de un álamo, la infancia.

¿Y qué si es una mierda? ¿Acaso esperabas ver a Cenicienta?

Tengo noticias malas. La vida no es un cuento de hadas.

Y sí, ahora los veo, nos vemos en el reflejo, la lluvia.

Un grito en la oscuridad.


jueves, 27 de marzo de 2008

¿Calato?



Brasil empapaba las mesas; en la mía cerveza.
Un sombrero de paja, un djembe, la vela peor ubicada.
Un viento amigo lleva al sombrero sobre el fuego. Me gusta el fuego.
Gesticulaciones ridículas, llamado de atención en voz inadvertida.
Un resolver casi gracioso y me acerco a evitar el desastre.
Se ríe.


Me gusta cuando se ríe.

martes, 25 de marzo de 2008

Siesta


...eu nao sei dormir sem a tua companhia...

jueves, 20 de marzo de 2008

Pacífico soñé tus olas

Venía de Cuenca, valle del sur de la cordillera. El bus cargado, pocas mochilas, mucha mercadería, mucho trabajo. Esta vez nos tocaba viajar de día, eso era bueno; las rutas no nos ofrecían los mejores paseos por la noche y era difícil conseguir el sueño entre tanto traqueteo. Viajábamos entonces. Salimos del centro de la ciudad y una jovencita subió a repartir jugos en botellas cuadradas. Jugo de naranja, jugo ácido que no tomamos.

El televisor se encendió y con él el miedo. “Termineitor” o una prima hermana, no recuerdo; el volumen por el cielo. Nos reímos como lo veníamos haciendo en cada bus que nos tocaba tomar. La risa, lo curioso, las diferencias escondidas.

Mi compañera leyó un tramo, otro durmió y escuchó su música. Yo, no sé. Tenía la ventanilla y el frío, el agua condensada que bajaba por el vidrio y me mojaba el pelo, el chaleco en las rodillas. Dormí.

La montaña, el camino, la niebla espesa; un lugar común. El cajas, la ruta elegida por el chofer.
Páramo, pura roca, pajonal, frío. La banquina tan lejos y tan cerca, el ritmo que encontraba a cada kilómetro. La vista como una cinta de filmación vieja, arriba y abajo, siempre para adelante y rápido. La lluvia.

Vacío a nuestra izquierda, viajábamos alto. Unas horas más tarde y casi sin notarlo Ecuador me sorprendía una mañana más. El monte de la derecha iba virando a selva. La vegetación poco a poco se iba poniendo verde furioso, crecía en volumen. Las palmeras. Humedad.
Guayaquil iba asomando a cada metro.
Llegamos.
Cruzamos un puente, un puente para cruzar el río Guayas, el río que une la tierra. El nacimiento en el Amazonas y su destino en el pacífico. Miramos, calladas. Cachalotes en carrera.
Terminal Terrestre de Guayaquil. “Guayaquil está en marcha” predicaban los carteles del alcalde. Y de golpe y porrazo el pantalón mojado, la cara pegoteada, el aire acondicionado, los baños limpios pero lucrativos, las cadenas gringas de comida rápida.

Esquizofrenia.
Luchamos en los pasillos para encontrar la boletería. Dieciséis kilos de más en mi cuerpo y la lucha contra los que te quieren llevar a Machala mientras uno quiere Montañita.
Once dólares. Pasajes en mano. Almuerzo. Baño. Afuera.
Encontramos al bus y descansamos las mochilas. Un pibe se me acercó y me dijo que la “cola” para Montañita era atrás de él y de su amigo. Me reí por dentro y pensé que sólo un argentino podía decir eso. Matías, fue Matías con su remera de Inka Kola y su guitarra. Le hice caso y corrí el equipaje. Atrás estuvimos y charlamos hasta que el bus arrancara. Venían viajando. Venían de Perú dónde les habían dicho que si iban al Ecuador debían ir a Montañita. Todos estábamos en la misma, salvo que ellos sólo habían vivido a Guayaquil dos días y eso no era Ecuador, por suerte.
“El es Cory, está contento porque somos los primeros que encontró que hablamos inglés en tres días, viaja con nosotros a Montañita”. Somos cinco, hay equipo. Ellos viajaban desde el diez de diciembre y perdieron el mate. Mariano tenía “algo” de agua caliente en el termo y yo tenía el mate y la yerba. Hay equipo. Subimos al grito de “Montñita, montañiiiita”, y nada es casual. Los cinco teníamos los cinco asientos del fondo, los cinco. Hay equipo. Nos reímos. El aire acondicionado nos iba a matar. En Gye la gente no puede vivir sin aire acondicionado, la humedad y el calor te destrozan, pero para nosotros que no estamos acostumbrados a esos cambios de temperatura tan bruscos nos podía matar realmente. Nos la rebuscamos.
De izquierda a derecha: Pitu ventanilla, Yo, Matías en el medio-estira-patas, Mariano comprimido, Cory ventanilla derecha con i-pod-veinte-gigas-en-mi-haber.
Viajamos. Tres horas y puchito. En la tercera empezamos a ver el Pacífico, cuánto aire, cuánta locura. CUANTO PACIFICO.





“¿Será esto Montañita?”, “no, no, tiene que ser más adelante”. Así pasamos cinco pueblos. El último: Manglar Alto. Próxima estación: Montaña. Ahhiii.


Llegamos. Llovía. Barro.
Bajamos y luchamos por sacar nuestras mochilas. Nota: somos TODOS atolondrados.
Con todo encima, mojándonos, muriendo de calor y humedad, parados felices. Un nene de ocho años se me acercó vendiéndome un hostel. Esperé más ofertas aunque la idea de mandar a un chango así de pequeño le toca el alma a cualquiera, malditos dueños. Esperé y llegó Jorge, el cubano. Nos gustó la idea de vivir lejos del “centro” y en lo de Juancho.







Los cinco lo seguimos. Había equipo pues...

viernes, 14 de marzo de 2008

Montañita desordenada

Los amos de casa

Nueve días en lo de Juancho, argentino nacido en Monserrat y criado en Cuidad Evita. Hace diez años ya que vive en Montañita.

Juancho vive con Anahí, se novia cubana. Anahí hace tres años que vive en el Ecuador y ya no lo soporta un día más. "La gente es muy inculta", me dijo una noche mientras lavaba los platos.

Jorge es el arregla-tutti del lugar. Jorge es cubano también pero no tiene queja alguna sobre el país. Jorge le da al tabaco y a la caña manabí todo el día.

Jorge también le da a otras cosas y es un habilidoso cazador de ratas envenenadas.





Montañita es un lugar lleno de ratas

(grandes ratas)



Los perros

Pucho: el malo guardián de Juancho. Pucho es de una raza que no conozco. en realidad sí pero no la recuerdo, además de que no me gusta eso de las razas. es negro, con ojos chiquitos y una bocasa enorme llena de dientes afilados. Pucho me re-conoce y me quiere como yo a él. Lo tienen mucho tiempo atado, eso me entristece pero se ve que los visitantes carnavaleros se lo pueden afanar. Una desgracia (sería).

Pucho tiene primos

Meteoro: un labrador que no se acostumbra al calor de la costa aunque disfruta de sus horas de nado en el mar pacífico. Meteoro es un gran perro, es el perro de Anahí, ella lo ama y se le nota en los ojos cuando le habla.

Meteoro tiene una hermana que vive en lo del vecino carpintero, en la vereda de enfrente. no recuerdo su nombre pero es una perra bien viva, debería llamarse Chispita. Le ladra a las ratas que viven en el pozo del tanque de agua.



El techo compartido

Tin: duerme en la plata baja o en su defecto hasta donde lo dejen sus piernas cuando llega a la mañana, la silla del quincho, la escalera de entrada o la hamaca paraguaya son destinos posibles. Es un gringo que hace tres meses está poseído por Montañita. Hace varios años se fugó de Estados Unidos y ahora reside en Amsterdam. Tin vive de noche, chupa que da calambre y fuma lo que venga. Tin se emociona cuando toco temas de Cash en la guitarra de Matías y cuando ponemos a Dylan en el equipo del bar. Tin está harto del reggaeton y nos quiere por eso.

Ben: es un pequeño canadiense que llegó a Montañita unos días después que yo, es puro amor y sinceridad. Ben me cae lindo, es de alma transparente. Está de viaje por sudamérica y dentro de un tiempo se viene para Buenos Aires. Ya quedamos citados para ir a ver a La bomba de tiempo en algún lugar de la capital. A Ben le gustan los sombreros panameños y me contó el origen de su nombre. A Ben le regalé una magdalena y tomamos mate viendo el primer atardecer sin nubes.



Cory: es de Florida y tiene una tonada extraña que hace que le pregunte miles de veces qué dijo porque me cuesta entenderle. Cory no se esfuerza en lo más mínimo. Lo conocí en la terminas terrestre de Guayaquil. Los dos estábamos haciendo la cola para subir al micro que nos llevaría a Montañita. Cory cargaba con una valija vergonzosamente pequeña y con un bajo acústico. Una noche se cortó la luz y nos sentamos a tocar temas de sublime, Santeria sonaba de lujo! (se permite la risa). Su propósito en el pacífico era visitar a su room-mate, un colombiano que vive en Florida y que hace surf en Montañita; éste se codeaba con los capo-capón de la comuna. Son cómicos.

Pancho y Martina: una pareja de chilenos hermosos. Llegaron a lo de Juancho una noche que yo estaba en la cocina haciendo una tara de brócoli y Martina se me acercó medio tímida preguntando por un "algo" para cocinar sus "hot dogs". Mientras se hacía la tarta jugamos al truco con sus cartas; chilenos buenos jugadores de truco, admirable. Nos acompañaron varias rondas y cervezas. Pancho luego de una visita a Buenos Aires se hizo fanático del mate así que tuvimos reserva de yerba "por las dudas".

Mariano y Matías: qué decir, dos hermanos de La Plata con los que compartimos viaje, comida, mate, playa, tejo improvisado de ostras. Mariano es un cocinero en potencia, ingeniero de profesión; Matías óptico y guitarrista errante. Nos conocimos en la terminal de Guayaquil también y desde ese momento tuvimos un acuerdo tácito de compañía.

Y más allá de las no paredes del living duerme Terry: otro gringo copado en las últimas. Terry o Cangrejo, como comenzamos a llamarlo una noche tras la humilde observación de Mariano (o pudo haber sido Pitu, no lo recuerdo), es de Nueva Jersey, fortachón, rubio, bronceado, musculoso de ojos celestes; si yo no fuera yo se me estaría cayendo la baba. Todo indicaba que Terry era otro de los amigos drogui-punchi de Juancho pero un día, gracias a Ben, me enteré de que mi prejuicio berreta de había desmoronado. Terry The Crab no era más que un apasionado de la pesca, vegetariano, atleta, abstemio y menos que menos drogui-punchi. Se acostaba a las diez a más tardar y saltaba del colchón con el canto del primer gallo (o con el único de nuestra casa que a mí no hacía más que fastidiarme por las madrugadas). Por las mañanas el pana se calzaba las pata 'e rana, el traje de neoprene y el arpón y salía a pescar. Una tarde cayó a casa con unos pescados maravillosos, se comían con sólo mirarlos. (no era vegui, no comía carne roja no ma') A la noche siguiente cociné la ya mencionada tarta y le ofrecí una porción; él una del pescadito. Fue uno de los platos más ricos que comí en todo el viaje. El filete vuelta y vuelta con oliva y ajo, bien jugoso, ni que me conociera! Ese día le hice las pases n mi mente. Pobre Terry.

Esa misma noche habían aparecido en casa Mario y Patricio; dos viejos amigos de Juancho. Mario, argentino, integrante de una antigua banda en Buenos Aires y rival de truco. Patricio, español bebedor de mate (cruz de malta) y fanático de Las Pelotas.
Todo sigue,
por suerte.






sábado, 1 de marzo de 2008

era de viaje

esta noche es el frío
el páramo en mi espalda









hoy ya nadie duerme
pienso.