Un año después, y una hora y quince minutos luego de haber llegado, me encuentro sentada nuevamente en el sillón de madera abajo del aire acondicionado del consultorio de mi ginecóloga. Leo, como siempre, para no sentir que envejezco sin razón en una sala de espera. La música de sala de espera, los timbres de sala de espera, las miradas de la sala de espera: pocas cosas en el mundo me fastidian tanto, soy infeliz en una sala de espera.
La piba que está sentada enfrente escuha cumbia en su celular, yo la escucho y me desconcentra. La madre de la chica que está sentada a mi lado estornuda, tose, vuelve a estornudar y hace ruidos guturales que me dan asco, todo eso mientras intenta comunicarse con alguien por su celular; me da rabia. La otra mujer, gordita de labios rojos recién pintados, atiende su celular que suena estridente con un tema de Sheryl Crow y grita, no sabe hablar, pobre; y yo me entero que la que llamó es esa persona con la que solo habla una vez al año, "te estaba por llamar, en serio, venía en el colectivo y pensaba, sí, ¡sí!, pero claro, si siempre te llamo cerca de navidad, a esta altura del año...", pobrecita la gorda, la amiga anual le ganó de mano.
Timbre. Otra mujer entra y se sienta al lado de la piba que escucha cumbia. Abre su mochila verde y saca un libro de tapa blanca y naranja flúor. Me llama la atención, es evidente y yo chusma: "Autoboicot, trampas mentales que me impiden creer en mí".
El hombre es un ser egoísta. Me doy cuenta de que no soy la única infeliz en una sala de espera.
martes, 17 de noviembre de 2009
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4 comentarios:
muy bien, muy bueno.
muy bueno!
buenísimo!!!
grace.
Hay dos comentarios por hacer. El primero es: pobre tu ginecóloga, el 95% de sus pacientes son todas conchudas... ja. Y el otro es, you gotta change de doctor o de sala de espera... "ok, yo voy a esperar al consultorio de mi odontóloga y me avisan cuando me toca", ponele.
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