viernes, 5 de junio de 2009

Fragmento de "Objetos perdidos"

“[…] dónde están tu nombre, tu calle, tu desvelo,
si la cifra se mezcla con las letras del sueño,
si solamente estás donde ya no te busco”.
Julio Cortázar.
Rivadavia 1450

Los miércoles llueve. Me gustaría poder recordar qué día fue aquel, cuando jugamos por última vez al veo veo, cuando las cortinas daban asco de tanta mugre, chorreaba algo de ellas. El encaje celeste, las baldosas de granito marrón, el espejo que me sostenía bajo una fuerza que desconozco. Tu cara era otra, tu pelo ya no estaba tan blanco. Los demás gritaban, discutían, intentaban encontrar la forma de meterte en un auto para que fueras al médico. Vos no, que se pudran, total siempre fueron de los que le rezan a los santos de estampita.

Te hundías en el sillón. Tus zapatillas chuecas, el dedo índice cucharita y el pocito en la pera que siempre envidié. Vos sí que sabías reír. Me gustaba mirarte. Te balanceabas en la silla hamaca del comedor, con los pies colgando, tocando el piso a penas con las puntas, escuchando el ruido de la radio por el simple hecho de esquivar la voz irritante de la vecina. El diccionario, la birome azul, palabras cruzadas. Y yo, del otro lado de la mesa, sin mucho, me divertía como en ningún otro lado. Quería ser maestra o profesora, no lo sé, quizás simplemente una reventada que disfrutaba el hecho de corregir a los demás; iba hasta el piano, corría el taburete y giraba la patita que estaba sobre los pedales. La sordina nunca anduvo desde que lo trajimos a esta casa. Sacaba las partituras que guardabas ahí dentro como su fueran un tesoro, como si ahí en lo bajo, en la oscuridad del veneno para polillas estuviera escondido el camafeo tan horrible de Lola; “nada que lleve ese nombre puede ser lindo”, pensaba.

Con algo de maña sacaba todos los encuadernados. Según el día, la elección. Había uno de La Cumparsita que siempre era digno o quizás el de Rubias de New York porque esos labios rojos y enormes de la carátula me parecían espantosos, grotescos. Pero sé, que en el fondo te dejaba conforme porque los libracos de Brahms o Chopin ni los miraba, a lo sumo, algún domingo terrible mamarracheaba uno de Diabelli, vos no te quejabas y yo me divertía haciendo cruces rojas con el lápiz de carpintero, chato, azul en una punta y rojo en la otra, del abuelo. Rehacer o diez, satisfactorio.

Te digo que lo maravilloso siempre es de color blanco. Ellos dejaron de pelear. Yo seguía sentada frente al espejo, frente a vos, y mamá y el abuelo se asomaron desde la sala. No hablaban, sólo me miraron jugar con vos al veo veo. Te vieron tranquila, buscando eso blanco y sé que ellos fueron los que me envidiaron en ese momento y, probablemente, hoy también. Entonces fue que mamá llamó y dijo “Rivadavia 1450, entre Lavalle y Belgrano”.

Te llevaron casi dormida y no llegué a decirte que lo blanco maravilloso era esa nieve de mentira pintada sombre la cumbre del Uritorco, en esa foto chiquita que colgaba a la izquierda del piano, donde estaban el abuelo, mamá y vos posando para el pajarito.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

GRACIAS!!!!No sabés el poder que tienen tus palabras!!Como si todo el presente se hubiera fundido en ese instante y el dolor, la bronca,la memoria,los sentimientos se hubieran corporizado.Lo leo y no lo puedo creer...fue exactamente así...y siento un tristeza infinitamente profunda.
GRACIAS!
mamá.

Mariett- dijo...

Ceci, pude ver y sentir cada cosa mientras lo leía aunque no estuve ahi para acompañarte, perdoname.
Te quiero mucho chechita, espero verte pronto.
Maru.

La que te re mil dijo...

FELICITACIONES, calientapiés!
Sos la ganadora del barquito #5.

Ganaste un lugar en el podio de Jugate!

La que te re mil dijo...

FELICITACIONES, calientapiés!
Sos la ganadora del barquito #5.

Ganaste un lugar en el podio de Jugate!

Marieta- dijo...

no dejo de leerlo
besos sorella
te quiero mucho