Terminal. Máquina de enganchar muñecos en un local de video juegos. Suena de fondo la lambada.
-¿Querés que te queme el osito panda, maricón?
-Sí, te quiero, te quiero.
Esa no era la respuesta ni la frase para remediar una relojeada lasciva de culo a la negra que revoleaba todo lo que a ella le faltaba. Pita estaba re podrida, cansada de la humedad de Río, de Chano, de los quince días que tuvo que soportar al lado de su futuro ex novio. Chano ya lo era, pero pronto se convertiría, para todos sus conocidos, en el abominable, en el calentón incurable, en el desgraciado que le había destrozado la vida. Pita se encargaría, personal y minuciosamente, de arruinarlo.
Hacía dos horas que estaban varados en la rodoviária, como Pita había aprendido a decir. Ya no le gustaba eso de “terminal terrestre”, de modo que cada vez que se le presentaba la oportunidad de decirlo, lo hacía orgullosa. Lo había intentado todo. Le había dado a Chano todas las oportunidades que no merecía, pero esta vez no iba a pasar de Brasil.
Por los altoparlantes, entre interferencias de todo tipo, una mujer comunicaba la cancelación del micro que ellos iban a tomar de regreso a Misiones.
-¡Brazucas de mierda!
-No hables así. ¿Sos pelotudo? ¿Querés que nos linchen, gil?
-Calláte.
Pita levantó su mochila de la forma más ridícula, pesaba unos cinco kilos menos que ella pero lo logró. Chano, mirando el televisor que tenía sobre su cabeza, tomó la correa de su valija con rueditas.
-¿Vamos?
-¿A dónde?
-Y, qué sé yo, nena, pero ¿vos tenés muchas ganas de quedarte a dormir en la terminal?
Salieron.
La calle estaba más húmeda y pegajosa que hacía unas horas. Una leve llovizna había caído y ahora, el último sol evaporaba cualquier huella de agua que hubiera quedado sobre el asfalto. El calor era cada vez más fuerte y Pita andaba tropezándose.
No tenían mucho dinero. Chano se las había rebuscado para achicar la suma intentando sacar algún osito de la máquina, hasta que, tras la quinta desilusión, desistió, no por orgullo, sino porque prefirió gastar los últimos diez reales en una cerveza importada de Argentina.
Caminaron hasta el pequeño centro donde Chano eligió un cuarto de pensión. Pita necesitaba un baño, hacía días que no aguantaba las ganas de pillarse y vomitar. Estaba segura de que era culpa de los cuatro kilos que camarão frito que había consumido en la última semana, así que no se preocupaba, pero sí incrementaba su mal humor.
En planta baja, a menos de dos metros de la calle, estaba el cuarto, oscuro y estancado; las paredes eran de color mostaza invadidas por manchones grises de los años y la humedad. Grandes huecos descascarados en las esquinas y una pequeña ventana corrediza que dejaba ver un puesto de comida sobre la vereda de enfrente. Con algo de suerte o más bien pura casualidad, consiguieron una habitación con baño. Un ínfimo cubículo sin puerta, con una ducha eléctrica y un inodoro.
Pita tiró la mochila al lado de la cama, y la hizo chocar contra la mesita de luz desde donde voló un portarretratos con una foto del Fluminense posando en el Maracanã. El vidrio se astilló y ella suspiró al darse cuenta de que era una foto y no un espejo. Pita era tremendamente supersticiosa. De todas formas, antes de disparar hacia el baño, procuró ordenar lo que había provocado y decir en voz baja un versito protector, no fuera cosa de que su estadía siguiera empeorando.
Chano se tiró panza arriba en la cama matrimonial sin reparar demasiado en las pulgas ni en que el cubrecama no estaba húmedo, como todo en la ciudad, sino mojado.
Pita encontró la manera de hacer de su paso por el baño una situación poco traumática, aunque la descompostura se dejaba palpar por cualquier rincón. Con una voz doliente, le avisó a Chano que saldría a buscar una farmacia. Chano, prefirió no escucharla y se cubrió la cabeza con la almohada.
Tras el portazo inadvertido, Chano se asomó al baño, se calzó las hojotas y giró la llave de agua. Tenía miedo de morir electrocutado pero el calor ya era insoportable. Movió la patita hot/cold pero no había diferencia aparente entre una y otra, así que prefirió la fría presumiendo que de ese modo no correría peligro.
Al salir del baño, el cuarto seguía vacío, pero él no lo notó. Desnudo como estaba, volvió a acostarse; era estúpidamente corajudo. Una hora bastó para que Chano se sumiera en el más profundo sueño.
No mucho tiempo después, alguien llamó a la puerta. Dos o tres golpes amables y unas patadas desquiciadas segundos después. Chano soñaba con la negra de la lambada.
La foto del último día era una cama matrimonial, él durmiendo y Pita haciendo fuerza para abrir la ventana y saltar dentro de la habitación para poder estrangularlo, posiblemente. Tras meter la segunda pierna, el portarretratos del Fluminense volvió caer y Chano abrió los ojos.
-¿Te hago café?
-Uh, sí, sí, dale.
-¡Sos pelotudo, eh!
Chano se quejó y volvió a dormirse.
Pita dio vuelta su mochila, volcando todo lo que había en su interior sobre el borde de la cama. Arrimó la valija de Chano y repitió la operación. Inercambió el contenido, abrió la ventana y tiró la valija afuera. Las cosas de Chano quedaron sobre el piso. Buscó la llave de la habitación y se cercioró de que la puerta estuviera cerrada. Saltó nuevamente por la ventana. Se quedó quieta un momento mirando hacia delante, luego buscó en el suelo de tierra mojada. Consiguió lo que quería. Cerró la ventana y en el marco colocó dos varillas de madera. Paró un taxi y partió rumbo a la Terminal.
Cecilia Larregui
Diciembre 2008
2 comentarios:
excelente C!!
Juh! Una típica postal de terminal con sus discusiones y todo. Me quedan sonando los nombres y las actitudes. Tenés alma de escritora chcacha, alma y lápiz. Espeor cona ncias ese librito chiquito que vas a sacar alguna vez, tenerlo en la bilbioteca, dedicado con birome. Firmado "La checha". Dejarlo ahí hechar raíces en mi biblioteca y decrile alguna vez a alguien, ese lo escribió una amiga, mi amiga la checha. Una brazo vieja.
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